Hay Que Arrimar El Alma

Mosa
Cuerpo

 Mi cuerpo cambiaba diariamente,  los barros mapeaban la  ruta que hacían mis pulgares para sacar la energía  encerrada en mi tejido adiposo sub cutáneo, hasta encontrar  escape y convertirse en doloroso volcán,  a punto de bañar al interlocutor que se acercará a éste su seguro y bien nacido:  chacho calenturiento. 

El interés por las féminas muy  palpable, habría que preguntarle a mis Jordache piratas. La radio daba lata con la frase: la renovación moral de la sociedad y yo felizote ingresaba a la máxima casa de estudios; directito a las canchas entre reta y reta aprendía lógica y conjuntos,  feudalismo, la célula y los primeros encuentros con la música de Queen, Van Halen, Pink Floyd, pero a mí me gustaban las botas de charro ¡digo las baladas de Emmanuel!    

Entre fórmulas de dinero-mercancía y dinero incrementado, cantaba en los pasillos: Tengo una flor de ti sabes/ no te puedes ir/ tengo un beso de ti sin usar/   caminaba como él, me vestía como él  –claro baratito-  y le hacía como él, entonces era un simi. Una tarde me enteré que Emmanuel estrenaba nueva imagen,  se cortó el cabello y cambió  vestuario;  me llamó la atención su calzado: alpargatas que dejaban ver el empeine,  se veían cómodas y elegantes. Comencé la búsqueda para su compra, desde la lagunilla hasta el mercado de granaditas; de Tepito a la SanFe y  al entonces tianguis del hotel de México y nada.

Un día pasé frente a la vidriera de una zapatería pequeña allá por la Villita y vi los zapatos de Emmanuel ¡ahí estaban! Casi igualitos, semejantes. Sin embargo sabía que esas chanclas eran para señoras embarazadas;  efectivamente eran zapatos para señora. Me senté los pedí del número seis  sin voltear a ver al mundo, mis interiores cerebrales dibujaban mi llegada a la escuela casi como Emmanuel.  Ya entrados en gastos, compré una par de calcetas blancas para que resaltara el empeine y la patadita hacia adelante luciera italianísima.

Muchos años revolcaron mi vida y el gusto por la música de Emmanuel siguió, por cierto nunca escuché en la radio la hora de Emmanuel: Tú y Yo o el Bola y yo; bueno, me aprendía sus interpretaciones, las propias y hasta unas rolas de cri- cri que interpretó con Mireilli  Mathieu  “el che araña”  baila con maña…, les digo que pasaron muchos años:  Mi primera vez, la primera novia, el primer trabajo formal, es más hasta la dicha de repicarme en una irreverente Mosita, todo esto pasó, hasta  un día encontrarme cara a cara con Jesús Emmanuel Arturo Acha Martínez, el mismísimo que  vistió de luces y emparenta con los Alemán.

Emmanuel sin edad; sobrado de sonrisa que repartió por doquier; lo podías subir directamente al escenario sin necesidad de cambiarle vestuario; interesado en la entrevista, conocedor del oficio que no se remata por siete dineros que tiene su credo, que tiene su acento y no quiere más dueño que su propio vuelo.  De esos carnales que pueden invitar una buena guajolota  (torta de tamal dorado) sin más lio.    Ahí lo tenía bien cerca, güero y de cara fina, con unos lentes que cambiaban de color.

No  hizo complicada la charla, fue un dale play y el habló hasta llegar a la alegre discusión y la plática de los zapatos de señora que años atrás me compré. De su libro de poemas y su orfandad de madre en la infancia; recuerdo que comentó de un cuaderno lleno de canciones que la trabajadora doméstica metió al boiler; de los estudios de ingeniería química;    sus andanzas de pequeño por varios países: Su querido Perú; España de sus amores e Italia de labranzas artísticas. Uno de los temas fuera de grabación  fue la inexistencia de ser carne de cañón para las revistas del corazón, en ningún escándalo -que recuerde-  se ha visto implicado. Contestó de frente y sin pausas “…mira mano la vida la tomas por dos lados y tú decides” sonreía,  acariciaba su cabello claro rojizo y regresaba su mano para soportar el mentón  y de pronto sorprender con ademanes que cortaban el aire para acompañar su contestación.  

 Esa tarde nos hizo sentir que nos conocíamos hace tiempo y sólo habíamos estado separados por pequeñas circunstancias de la vida: esas las  clases sociales que todo lo separan, sin embargo esa tarde  no hubo  prejuicios en la cabeza de los dos.     

          

 

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