¡EL PASAJERO DISTINGUIDO!

Mosa
Cuerpo

La primera vez que estuve sentado junto a él, viajábamos en una vieja combi desvencijada. Recuerdo que traía terciada al hombro una mochila pequeña, vestido de gris y negro.  Como la camiona no traía asientos, nos sentamos en la parte trasera donde va la   máquina,  solo separando los glúteos y  el calor del carburador con la delgada lamina blanca que servía de banca.

Yo a su lado, observando cómo se aferraba con sus dedos chuecos a las orillas internas del toldo y  el costado de la lámina de su lado. Mirada serena, piel trigueña, par de arrugas arriba de las cienes. Sus ojos buscaban las imágenes que pasaban por la ventana del chofer y el copiloto; nosotros no teníamos ventanas en la  combi panel que surcaba como diablo las calles de la ciudad de México.

De reojo mis miradas recogían  todos sus gestos,  su cara; cabello ralo y el rabillo de su ojo  tipo oriental; mi mente comenzó a asociar  aquellas tardes de siempre en domingo con ese hombre, cuando lo presentaban con bombo y platillo y en las revistas del corazón lo ligaban con la miss de moda, siempre delgadito con  figura de torero, verso y prosa bien mediditos;  orejas y rabo al terminar la cantada.

Aquella  mañana estaba a mi lado y no  sabía cómo romper el hielo; los toros, la poesía, la cantada; o comentarle de mis cuatro garabatos que consideraba canciones ¡que le digo al maestro! Si yo solo sé, que viajo en esta combi vieja.  Mientras él se reía por los fracasos de nuestros cuerpos al encontrarse sin un buen asiento, cuando las curvas y los topes nos impactaban de lleno, desacomodando nuestro improvisado confort.

Su mochila bien ceñida a su costado, quien sabe que atesoraba con tanto recelo y las preguntas del matador salían de repente ¿por dónde vamos?  ¿Eje central?  !Si maestro  eje central Lázaro Cárdenas! inmediatamente abundaba sobre el tema: niño perdido, ésta avenida divide a la ciudad, es como si partieran una naranja  en norte y sur.  Señalando más al norte,  el matador hacía gala de sus conocimientos geográficos acerca de la gran Tenochtitlan,  por allá está la central camionera y dejaba escapar el aliento como acordándose de sus viajes en el ómnibus de México.

No se pidió ninguna camioneta especial para transportarlo; él jamás hizo un comentario acerca del viaje ni las condiciones de su traslado, es más,  no comentó nada cuando hicimos una parada obligada en los  tacos de carnitas que nuestro  deschavetado operador de la unidad  le invitó: ¡no gusta unos taquitos de maciza! En plena faena y con el matador  engarrotado  de las piernas por el viaje premier y  todavía haciendo paradas innecesarias.  Él como un remanso de agua cristalina, tranquilo y sin rebotarse su paciencia.

Seguimos nuestra andar, todos trepamos a la unidad móvil de promoción y de nueva cuenta  a ocupar los asientos  de origen, así que el maestro directo a  la parte trasera de la combi panel;  parecía que hacía eco de una de sus canciones; dale al tiempo buena cara, no seas casi mar o casi rio, o sé mar o sé rio o nada y él estoicamente era ya, para mí un océano.  

La combi siguió como el  trolebús hacia Chapultepec, tomamos Robles Domínguez , avenida que se convierte en Mariano Escobedo y sus ojos chiquitos orientales miraron fijamente a la acera derecha, donde años atrás estuviera la  RCA Víctor  y mientras el semáforo nos ponía los ojos rojos, el matador apuntaba con su mirada  a un viejo armatoste de lámina sobre la banqueta,  a la distancia se veía que vendían tortas, jugos y licuados; ahí estaban los ojos del maestro José María; solo  el apretón del  acelerador ya no permitió que todos los recuerdos invadieran la memoria de nuestro distinguido pasajero.

En ese instante sus sentidos se conectaron  y empezó a entretejer la historia que hacía falta a esa hora de la mañana  y pudimos   darnos cuenta que los artistas nacen, están  hechos a mano y los moldes ya no se encuentran tan fácil. Con nosotros viajaba un hombre con verdad en su arte.

Sus ojos  llenos de agua, como si le hubiera pescado el temporal y sin sombrero. Contaba que cuando llegó a la ciudad traía unos cuantos pesos para subsistir y en ese puesto de láminas blancas le vendían su torta y un refresco, almuerzo necesario para aguantar el día,  no podía exceder esa dieta porque se salía del presupuesto. Para hacerse de unos centavos se iba cantando en el transporte de regreso  hasta villa Coapa, donde un paisano aguascalentense le prestaba un cuartito.

Por allí caminaba con mi guitarra y libreta, iba a mostrar mis canciones para ver si alguien se interesaba en grabarlas y en ese puesto me alimentaba…ya me conocían que era el muchacho de Aguascalientes  que soñaba con cantar…nada te llevarás cuando te marches/ cuando se acerque el día de tu final/ vive feliz ahora mientras puedes/ tal vez mañana no tengas tiempo para sentirte despertar

Con cariño para un artista en toda la expresión de la palabra: José María Napoleón.  

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