Víctimas de lo que nunca existió

David
Cuerpo

De entre toda la tragedia que nos embarga, siempre se tienen deseos de rescatar con vida a personas atrapadas entre los escombros de construcciones destruidas que asoman las varillas de sus castillos como las venas de lo que alguna vez recubrió un esqueleto de concreto que servía de refugio. Postales desagradables que llegan por los ojos y se clavan como agujas en los sentimientos de la población que vive pegada a sus pantallas atestiguando proezas de aquellos que, con alma de servicio, remueven lo que está a su paso para liberar a otros seres humanos.

Siempre habrá mayor atención en la zona donde pudieron perecer los más inocentes y vulnerables, proyectos de hombres y mujeres en fase de formación inicial: los niños. La escuela Enrique Rébsamen en la zona de Coapa fue el centro de nuestra atención al saber que una parte del plantel se vino abajo, sepultando a pequeños que no tuvieron la mínima oportunidad de escapar del sismo y a quienes urgía liberar de las pesadas lozas a como diera lugar. Inundados por la empatía de los padres que corrían desesperados a preguntar por sus hijos, el sitio se transformó en el epicentro de las coberturas de los medios de comunicación.

Cámaras, reporteros, vecinos, la Marina y el Ejército redoblaron esfuerzos para hacer de aquella escuela un sitio en el que se respirara tragedia a los niveles más bajos posibles. Inmediatamente Televisa lideró la cobertura con Danielle Dithurbide, reportera que inundada por un cúmulo enorme de sentimientos, daba santo y seña de todo lo que escuchaba de viva voz de los protagonistas del rescate: topos, soldados, ingenieros, maestras y líderes del Ejército que coordinaban las acciones.

El “rescate” se extendió por horas con el manejo volátil de la información que presuntamente indicaba que estábamos a unos minutos de ser testigos del rescate más emotivo de la tragedia en la capital: la liberación de entre los escombros de una supuesta niña con la que ya habían tenido contacto en repetidas ocasiones y respondía al nombre de Frida Sofía. La sesión se convirtió en maratónica, dándose múltiples relevos de periodistas consolidados de la empresa del señor Azcárraga para tomar las riendas del producto televisivo más fructífero del temblor de 7.1 grados Richter, muy por encima de sus competidores pues eran los únicos que estaban cubriendo los acontecimientos en vivo en una sesión extenuante que se aproximaba a las 48 horas ininterrumpidas en el colegio Rébsamen.

Todavía hoy, poco antes de las tres de la mañana, cuando Joaquín López Dóriga sería relevado por la siguiente guardia de periodistas, le deseó éxito a Danielle Dithurbide resaltando su gran labor que cumplía las misma horas de transmisión. Una joven reportera a quien podíamos observar con el cansancio dibujado en el rostro cada que aparecía a cuadro y que sus palabras para describir las escenas que proyectaba la cámara iban acompañadas de constantes jadeos pero se sentía halagada por las palabras de quien considera una figura del periodismo en nuestro país.

Durante ese período supimos que el nombre de Frida Sofía no existía, aunque sí la certeza de que se trataba de una infante y con alegría, Dithurbide expresaba que para ella, se llamara como se llamara, la recordaría como Frida Sofía. Pobre, su ilusión se tendría que desmoronar así como todo su inútil esfuerzo al pensar que la cobertura de la historia la catapultaría a un ascenso protagónico y que su desvelo de casi dos días habría valido la pena. Pues horas más tarde la fantasía de la niña atrapada se desmentiría por parte de la SEMAR.

Aunque horas más tarde, Loret y Maerker saldrían a dar la cara para aclarar la confusión entrevistando a uno de los mandos del Ejército que había sido el responsable de brindar dicha información como verídica, exhibiendo que a pesar de la inmediatez y cercanía de las fuentes, la incompetencia de quienes acaudillan acontecimientos tan sensibles para la sociedad pueden crear un halo de esperanza que termina con un simple: "todos podemos equivocarnos". Lo que hoy el pueblo percibe con desprecio.